41,8 millones de toneladas de basura electrónica generadas a nivel mundial en un solo año (2014), el equivalente a llenar 1,15 millones de camiones que colocados en hilera formarían una fila de 23.000 kilometros (la distancia en línea recta entre Madrid y Nueva Zelanda no llega a los 20.000 km). Y creciendo… Para 2018 se estima que alcancemos los 50 millones de toneladas…

Estos escalofriantes datos provienen del primer estudio realizado con una metodología estandarizada sobre el volumen de basura electrónica que se genera en el mundo, obra de la Universidad de las Naciones Unidas (UNU) sobre datos de 2014. Este estudio ha tratado de medir los volúmenes de basura electrónica, sus correspondientes impactos y el estado de su gestión a nivel global.

Más preocupante aún que estas impresionantes cifras:  de esos casi 42 millones de toneladas, se calcula que solo un 15,5% pudo ser tratada adecuadamente. Es decir, en torno a un 85% de toda la basura generada (unos 35 millones de toneladas) no recibe ningún tratamiento adecuado, por lo que termina en vertederos e incineradoras o, mucho más grave aún y como es bien conocido, en depósitos incontrolados en diversos países del llamado Tercer Mundo, con China a la cabeza (donde la población de Guiyu se considera el centro de desechos electrónicos más grande del mundo) seguido de diversos países africanos como Ghana, donde el vertedero de Agbogbloshie -aunque se podría llamar más propiamente «gran centro de procesamiento de basura electrónica»- es tristemente conocido por los diversos reportajes de que ya ha sido escenario (como el realizado por TVE ya comentado en este blog). Uno de esos reportajes, publicado por Eldiario.es, nos muestra la cara más dramáticamente humana de ese comercio de residuos electrónicos a través del trabajo de dos fotográfos que han retratado la vida diaria en esos vertederos, donde miles de personas se dejan su salud para extraer los materiales servibles de los equipamientos, los cuales muchas veces terminan de nuevo en los países del «primer mundo» para seguir alimentando la maquinaria de producción (según el informe de la UNU, el valor intrínseco de los materiales que componen esa basura electrónica se calculó en 48 mill millones de euros en 2014).

Un comercio de basura electrónica entre países para el que no existen cifras oficiales, según afirma el estudio de la UNU, en parte por la dificultad de diferenciar entre lo que realmente es comercio legal de equipamientos de segunda mano en buen estado que pueden ser reutilizados, a veces en forma de ayuda humanitaria, y lo que muchas veces esconde ese supuesto comercio con equipos ya inservibles de origen o que apenas duran unas semanas en el lugar de destino terminando finalmente en un vertedero a miles de kilómetros de nosotros. “Es una vergüenza que existan aparatos diseñados para estropearse, ni siquiera reciclemos bien los desechos electrónicos y la gente que los produce se desentienda de sus efectos llevándolos a otra parte», como afirma Kevin McElvaney, autor de la imagen anterior y uno de los fotógrafos citados en el reportaje de Eldiario.es. «Exportamos los problemas”.

Y es que este creciente flujo de basura electrónica está alimentado, lógicamente, por la voracidad con la que cambiamos nuestros dispositivos electrónicos fundamentalmente en el «primer mundo» empujados por las estrategias de las empresas con su «diseño para el basurero», como denuncia Annie Leonard en su magnífico vídeo «The Story of Electronics«. Pero no solo es la obsolescencia programada la responsable del aumento de desechos electrónicos, también la tendencia del mercado a poner una batería o circuitos electrónicos a cada vez más objetos y utensilios de nuestra vida diaria (algo que se incrementará drásticamente cuando se extiendan los llamados wearables (dispositivos tecnológicos que llevamos encima como relojes) o el conocido como «Internet de las cosas«:  un sistema para conectar a Internet muchos de esos objetos, desde el botiquín de medicamentos a los muñecos de nuestros hijos…).

En estos momentos, según el estudio de la UNU, somos los europeos los que estamos a la cabeza de la producción de basura electrónica con una media de 15,6 Kg por persona y año, de los cuales según las cifras oficiales el 40% se estaría recogiendo y tratando adecuadamente (también los datos hablan de que 0,7 millones de toneladas estarían acabando en el cubo de la basura y por tanto en vertederos e incinadoras en nuestros propios países con el consiguiente grave perjuicio medioambiental). En España superamos esa media de producción con 17,7 kgs por habitante.

¿Soluciones? De lo que está más directamente en nuestra mano, alargar al máximo la vida de nuestros aparatos, aunque ya sabemos que muchas empresas no tienden a ponérnoslo fácil pues a la obsolescencia programada como tal hay que sumarle la dificultad para encontrar piezas de repuesto para los equipos que pueden tener algún fallo, y asegurarnos en lo posible de que nuestros equipamientos desechados no terminan en la basura sino en alguna recuperadora que le asegure un tratamiento adecuado [estamos preparando un nuevo post más completo sobre alternativas para combatir la obsolescencia programada]. Y de lo que nos queda más lejos, conocer y apoyar en lo posible proyectos que trabajan directamente para dar salidas dignas a los vertederos electrónicos en los países del «tercer mundo», como los recogidos en estos reportajes de El País o El Mundo.

[Aunque los datos aportados no permiten un desglose detallado de qué porcentaje representa la «basura digital» (formada por todos los dispositivos relacionados directamente con las TIC) dentro de la basura electrónica, podríamos estimar que en 2014 rondó los 9 millones de toneladas, por encima del 20% del total (se incluyen parte de dos de las categorías en que el informe clasifica la basura electrónica: «pantallas», que incluye monitores, ordenadores portátiles, tablets,… y «small IT», incluyendo teléfonos móviles, ordenadores personales, routers,…).

Autoría de la imagen: INESby (Pixabay)

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